En medio de un Smart City Expo totalmente centrado en la tecnología, la conferencia de Ruha Benjamin, titulada «Utopías, Distopías o Ustopías: ¿En la Imaginación de Quién Estamos Viviendo?», fue una joya poco común. Mientras gran parte de la exposición se enfocaba en soluciones tecnológicas de vanguardia para la vida urbana, Benjamin nos recordó que “inteligente” no solo aplica a la tecnología, sino también a la inteligencia comunitaria. Moderada por Femi Oke y con Benjamin, profesora de Estudios Afroamericanos en Princeton, como oradora principal, esta sesión aportó una perspectiva crítica al evento, invitándonos a ver más allá de las soluciones de alta tecnología y a reconocer el potencial de la sabiduría colectiva y la equidad social para dar forma a nuestro futuro urbano.
Benjamin inició su conferencia citando a la escritora feminista negra Toni Cade Bambara: “No toda velocidad es movimiento”, una llamada a reconsiderar el ritmo vertiginoso del cambio impulsado por la tecnología. Destacó que, aunque la innovación avanza rápidamente, las voces críticas y las comunidades vulnerables a menudo quedan relegadas. Al enfrentarnos a las crisis actuales, ya sea por violencia geopolítica, desigualdades socioeconómicas o políticas climáticas que agravan los fenómenos extremos, argumentó que los avances tecnológicos por sí solos no garantizan el progreso social. En cambio, la innovación debe cumplir con estándares más altos de equidad, justicia y transparencia.
Este enfoque crítico sentó las bases para una discusión matizada sobre dos narrativas predominantes respecto a la tecnología. Por un lado, está la visión tecno-distópica, que ve la tecnología como una amenaza que reduce la autonomía personal, desplaza empleos y elimina la libertad de las personas. Por otro lado, está el ideal tecno-utópico, que presenta la tecnología como la solución a todos los problemas sociales, haciendo nuestro mundo más eficiente e igualitario. Benjamin señaló un error común en ambas perspectivas: suelen ver la tecnología como una fuerza autónoma, desplazando a las personas, valores e intenciones que crean y controlan estos sistemas. En lugar de ver la tecnología como inevitable o predestinada, defendió que debemos “quitar la pantalla” para revelar a los agentes humanos y las dinámicas de poder detrás de ella.
Benjamin ilustró esta idea con el ejemplo del Proyecto de Innovación Comunitaria en Saint Paul, Minnesota, una colaboración impulsada por datos entre escuelas locales y fuerzas de seguridad para identificar a jóvenes “en riesgo”. A pesar del lenguaje aparentemente positivo de “innovación” y “comunidad”, las personas residentes expresaron su preocupación por el uso de datos y las intenciones de las instituciones involucradas, que sentían que históricamente habían fallado a la juventud local. Tras protestas organizadas, la comunidad logró detener el proyecto y abogó por reasignar los recursos directamente a las necesidades reales de los jóvenes sin la etiqueta estigmatizante de “en riesgo”. Aquí, Benjamin subrayó la necesidad de combinar crítica y creatividad: saber no solo qué rechazamos, sino también imaginar lo que queremos. Solo con esta doble perspectiva, argumentó, podemos desafiar el statu quo, que a menudo distorsiona nuestra visión del mundo y perpetúa la desigualdad.
Con una perspectiva global, Benjamin señaló cómo las jerarquías implícitas están integradas en diversas sociedades, desde las políticas “daltónicas” en Francia hasta la jerarquía racial en Brasil y las dinámicas de casta en la India. Estas desigualdades sistémicas a menudo se ocultan tras la promesa de neutralidad o incluso de benevolencia, pero afectan profundamente el acceso, las oportunidades y el poder. “¿Qué tipo de inteligencia está dando forma a nuestro futuro?” preguntó Benjamin, desafiándonos a cuestionar si es una inteligencia arraigada en la conciencia social y la equidad, o un enfoque jerárquico que cree falsamente que puede “resolver” los problemas estructurales solo a través de la tecnología.
Un ejemplo sutil pero poderoso que mencionó Benjamin fue la arquitectura hostil que a menudo se encuentra en los espacios públicos. Describió una visita a San Francisco donde vio bancos con barras divisorias diseñadas para impedir que las personas se tumben. Este diseño forma parte de una tendencia más amplia de espacios urbanos “exclusivos” que, bajo el pretexto de seguridad o funcionalidad, excluyen a ciertos grupos, especialmente a las personas sin hogar. Desde bancos con púas hasta asientos individuales, la arquitectura hostil ilustra cómo los espacios públicos se diseñan de forma sutil, pero deliberada, para dictar quién es bienvenido y quién no.
Benjamin también abordó la vigilancia estatal en las llamadas ciudades inteligentes, donde tecnologías como el reconocimiento facial y los drones se despliegan no solo para vigilar a migrantes, sino también para controlar a los residentes urbanos. Estas herramientas, argumentó, suelen reforzar las jerarquías raciales y sociales. Señaló casos recientes en Alemania donde la vigilancia en redes sociales se ha utilizado para negar derechos o revocar la ciudadanía de personas que apoyan movimientos de liberación, como el de Palestina. Estas prácticas de vigilancia, comercializadas como medidas de seguridad, a menudo reflejan prejuicios subyacentes y sirven para mantener estructuras de poder desiguales.
La conferencia culminó con el concepto de “ustopía”, un término acuñado por la autora Margaret Atwood que fusiona “utopía” y “distopía” para sugerir una realidad híbrida creada colectivamente. Benjamin propuso que, a diferencia de las utopías o distopías, que parecen “suceder” a nosotros, las ustopías son espacios que creamos activamente, imaginando realidades en las que se prioriza la inclusión y la justicia. Esta “gramática” de ustopía, argumentó, ofrece un marco poderoso para la resistencia y la transformación. Compartió la historia de un pueblo francés donde las personas residentes rechazaron bancos hostiles y abogaron por un espacio público inclusivo, un ejemplo de cómo las comunidades en todo el mundo ya están desafiando normas de exclusión y reimaginando sus entornos.
Para cerrar, Benjamin hizo un llamado a recuperar la imaginación colectiva como una herramienta de transformación social. Criticó la noción de “inteligencia artificial” como una solución única y, en cambio, instó a adoptar una mentalidad de “imaginación abundante”. Basándose en el conocimiento ancestral y la sabiduría comunitaria, imaginó un futuro en el que la tecnología no aísla, sino que empodera, armonizándose con las personas y el planeta en lugar de dominarlos.
En esta amplia exploración, Benjamin dejó al público con un potente desafío: repensar los sistemas que dan forma a nuestras vidas y asumir un papel activo en el diseño de una sociedad que valore la interdependencia y la equidad sobre la velocidad y la escala. Su llamada a la acción invita a cada uno de nosotros a ser co-creadores de un futuro más humano, inclusivo y justo.